Pese a que dirijo CogniVita, un centro de psicología y rehabilitación cognitiva, de manera privada, antes que esto me considero hijo, amigo, primo o simplemente ciudadano español. Y es por esto que en este número de la revista “agenda Zafra-rio bodión” veo necesario hacer un alegato de lo que implica la atención a la salud mental dentro de los recursos de la sanidad pública y, sobre todo, de su importancia para nuestro propio bienestar.
Para comenzar, un dato: el número de profesionales de psicología en la sanidad pública por cada 100.000 habitantes en España es de 6. La media europea es de 18 por cada 100.000.
¿Qué implican estas cifras en la práctica? Implica que, con suerte, un@ psicolog@ pueda atender a una persona una vez cada mes y medio o 2 meses durante un periodo de tiempo en el que, desde la propia experiencia digo, y con esta temporalidad, ni siquiera se puede comenzar a desengranar el problema que esta persona trae. Todo esto, claro, si se tiene la “fortuna” de que exista una derivación a psicología.
Algo que parece estar comenzando a hacerse consiste en sesiones de grupo, en las cuales se tratan de enseñar diferentes herramientas útiles para determinados problemas.
Soy firme partidario de este modo de abordaje en niveles iniciales de problemas psicológicos, más dentro de un sistema con recursos limitados. Además, existen procedimientos terapéuticos que encuentran en el núcleo de diferentes tipos de trastornos psicoemocionales problemáticas comunes a todos ellos. Por consiguiente, si somos capaces de llegar a esta base psicopatológica, podemos abordar la problemática que se encuentra en la superficie manifestándose de diferentes formas (en forma de ansiedad, depresión, problemas relacionados con la imagen corporal…)
Sin embargo, como existen pocos profesionales, esto supone 2 problemas diferentes: el primero, el riesgo de no hacer grupos homogéneos que puedan abordarse desde un punto de vista similar (como, por ejemplo, encontrar grupos con personas con un duelo y otras con desórdenes alimentarios).
El segundo problema está en que por la falta de tiempo y quizá exceso de personas en estos grupos se despersonaliza la problemática particular, y si algo necesita una persona que acude a consulta psicológica es poder sentirse escuchado. Se dice con razón que el lenguaje es el vehículo del pensamiento y la emoción. Y verbalizar un problema ayuda a que podamos darle forma y de esta manera intentar buscar soluciones.
Aparte de esto, si comenzásemos a abordar de inicio la salud mental con psicoterapia antes que con psicofármacos (sin negar la complementariedad de los mismos), estaríamos dando herramientas para que podamos tratar de solucionar los problemas de manera activa y con nuestros propios medios, no “poniendo un parche” farmacológico para continuar el día a día a cualquier precio.
Otro punto conflictivo es la rehabilitación cognitiva y neuropsicológica en problemas neurodegenerativos, operaciones quirúrgicas o íctus, por poner algunos ejemplos. La oferta es prácticamente nula en cuanto a ofrecer sesiones de estimulación cognitiva y neuropsicológica. Todavía estamos en un momento en que lo mental “es invisible”, no se ve de forma tan objetiva como las secuelas físicas. Y está más que demostrado que casi la única forma de recuperar o mantener el mejor estado de salud posible pasa por un entrenamiento constante desde el primer momento, o desde que existen indicios de que algo “no funciona como debería”.
En conclusión. Creo que la salud de una sociedad en su conjunto pasa porque los individuos que la componen estén de la mejor forma posible, con el mayor nivel de bienestar alcanzable. Y para que esto suceda, la atención psicológica es un objetivo prioritario tanto en lo económico como en la importancia que presenta dentro del sistema público de salud.