La ocurrencia de un Íctus es un evento vital para quién lo sufre y para su entorno.
Hoy en día sabemos la importancia que tiene saber detectarlo a tiempo (levantar ambos brazos, sacar y observar la posición de la lengua, sonreir o hablar son algunas de las señales en que debemos fijarnos ante la sospecha). De esta rápida valoración y de que los servicios sanitarios puedan actuar cuanto antes depende en gran medida el daño ocasionado por el ACV y la capacidad posterior de recuperación.
Sin embargo, normalmente tendemos a prestar más atención a la sintomatología física y motora y a aspectos como el habla. Quizá por ser partes más visibles en el día a día o en la realización (a priori) de tareas y actos cotidianos.
No deja de ser cierto, obviamente, que es necesario realizar una apropiada valoración e intervención de las partes más visibles del daño. Pero, ¿Qué sucede con la parte psicológica tras un ictus?
Dependiendo del área cerebral afectada por la falta de oxígeno o la acumulación de sangre (dependiendo del tipo de ACV), también dependen las posibles consecuencias a nivel neuropsicológico; para una buena comprensión, intentaré alejarme de un lenguaje técnico.
Si, por ejemplo, está afectada la parte prefrontal del cerebro (área por encima y detrás de los ojos, para entendernos), pueden estar afectadas funciones como la planificación de tareas, la cognición social (cómo nos desenvolvemos en sociedad, la capacidad de saber “leer” a la gente y las situaciones), la atención en varias de sus modalidades diferentes (lo que merece otro artículo aparte para poder ser explicado), o la inhibición conductual (poder “callarnos” al querer decir algo quizá inapropiado para la situación o ser capaces de ver un error cometido mientras hacemos o decimos algo). También puede ser un área relacionada con la expresión emocional, pudiendo tanto mostrar “de repente” una euforia excesiva, o un trastorno depresivo severo.
Lo mostrado arriba se refiere solo a una pequeña parte de todo el cerebro, y de ello dependen tantas funciones tan importantes y tan invisibles. Con otras áreas afectadas, pueden existir por ejemplo afectaciones en el reconocimiento de las cosas que se ven o que se oyen (no reconocer la visión de un sombrero como “sombrero”, aunque sepa perfectamente qué es un sombrero o su utilidad, o no saber reconocer el sonido de la bocina de un vehículo ni su significado, aunque se pueda explicar con todo detalle su utilidad).
De cualquier forma, también es cierto que en el cerebro el nivel de interrelaciones entre diferentes zonas mediante redes neuronales es incalculable, además de las diferencias entre cada persona. La ocurrencia de daño en una determinada área no quiere decir que necesariamente tengan que verse afectadas tal o cual función, aunque si que existe una determinada asociación entre areas cerebrales y funciones cognitivas.
Es por ello tan necesaria una apropiada evaluación tanto por profesionales como por el propio entorno: “ya no es como antes, no da pie con bola”, “de repente suelta unas barbaridades… y siempre ha sido muy prudente” “a veces parece que no nos entienda, pero no sabemos porqué, porque no quedó mal después del íctus, estuvo con un fisio…”
Y, por supuesto, también debemos prestar atención a la parte emocional. Cuando alguien sufre este tipo de accidentes, la vida cambia. Aunque nos empeñemos en que no, la vida, a veces, aunque no queramos, cambia. Y con ello cambia todo. Y es necesario poder hablar de ello, poder hablar de las limitaciones, poder afrontarlas o integrarlas en esta nueva vida. Saber reconocer los momentos malos, y también los buenos, y poder valorar cuando la situación necesita apoyo para poder tener una vida lo más plena posible, a todos los niveles, durante el mayor tiempo posible del día y del resto de nuestra vida.