Con independencia de cual sea la posición personal de cada persona que pueda leer este artículo con este tema, la religiosidad y espiritualidad juegan un papel importante dentro de nuestro estado psicológico y de salud global. Multitud de estudios demuestran esto. Concretamente los estilos de afrontamiento de la enfermedad, el bienestar diario general, diversas problemáticas psicológicas o factores como la capacidad de perdonar, la gratitud por el otro o la esperanza ante la adversidad están influidos en cuanto a si una persona es religiosa o espiritual o no.
Conviene hacer dos apuntes importantes: por un lado que cuando hablamos de religiosidad lo hacemos de forma genérica, no de una creencia religiosa en concreto. Por otra parte que el concepto “religiosidad” está más relacionado con la posición en cuanto a una creencia institucionalizada socialmente (como el cristianismo o el budismo). Esto diferencia este término de la espiritualidad en sí, que no tiene porqué corresponderse con una creencia “estándar” sino con una creencia ante lo “sagrado”, lo “sobrenatural”, el universo o la naturaleza. La religión, por ello estaría dentro de la espiritualidad como algo más concreto y específico.
Hablando sobre lo que nos atañe, podemos exponer en primer lugar que las personas con creencias y valores espirituales o religiosos pueden responder mejor ante problemas físicos relacionados con la hipertensión o la isquemia cardíaca. También se ha visto en diferentes estudios cómo presentan mejor pronóstico ante procesos oncológicos y mejor respuesta durante tratamientos de quimioterapia, tienen periodos de hospitalización más cortos tras cirugías de columna o cadera así como una recuperación más pronta y además presentan una esperanza de vida más elevada.
Ya que la salud no es exclusivamente la ausencia de bienestar, también debemos señalar que este tipo de personas en general presentan niveles más altos de bienestar subjetivo, de calidad de vida, mayor satisfacción vital o mejor adaptación a cuestiones relacionadas con la tercera edad y sobre todo hacia el final de la vida.
También se ha comprobado en diferentes estudios que la religiosidad-espiritualidad se asocia con niveles más bajos de depresión y ansiedad, valores más altos de afrontamiento del estrés y la enfermedad y también mejor pronóstico de recuperación en adicciones como alcoholismo u otro tipo de drogas, además de tener menos probabilidad de consumir en general. También es interesante ver que además se presentan tasas más bajas de suicidio y también de ideación suicida. Es probable que ante la creencia de algo superior puedan percibirse determinados problemas como algo más atenuados, o más gestionables. También la percepción de fuerzas superiores puede hacer que el sufrimiento que genera la falta de percepción de control en algunos momentos de nuestra vida se vea menos grave, ya que existen cosas “que se nos escapan de las manos” y que “está en manos de…”. Esto puede ocasionar una especie de “aceptación resignada” que nos hace menos responsables y culpables en momentos en que nuestro pensamiento y forma de evaluarnos nos orienta en estos “derroteros”.
Por último, existen varios conceptos muy importantes dentro de corrientes de psicología centradas en la persona, de tipo humanista y existencialista, íntimamente relacionados con la espiritualidad y la religiosidad. Estamos hablando de la capacidad de perdonar (y a veces perdonarnos), de sentir gratitud ante un buen acto por parte de otra persona, así como valorar esta gratitud recíproca, o una mejor capacidad de tener relaciones interpersonales y lazos sociales positivos y de calidad (incluyendo la búsqueda de apoyos en situaciones complicadas o la capacidad de pedir ayuda). También sentimientos relacionados con la humanidad hacia el otro y la empatía, y por último pero no menos importante con tener valores más altos de esperanza ante momentos adversos (precisamente por cuestiones relacionadas con la fe en que entes o fuerzas superiores siempre tengan cierta capacidad de interceder o que puedan surgir acontecimientos que nos ayuden y escapen a nuestro entendimiento, expectativa o control).
Como conclusión podemos afirmar que la religiosidad o la espiritualidad suponen factores protectores tanto a nivel físico como psicológico o social ya que influyen de forma determinante en muchas ocasiones sobre todo ante momentos complicados, pero también en la visión que podemos tener del círculo social en que nos movemos o la forma que tenemos de pensar y percibir a las personas que tenemos alrededor, y también a nosotr@s mism@s.