Estas navidades serán las segundas que tendremos después del acontecimiento que ha marcado la historia reciente de la humanidad, una pandemia mundial que aún sigue dando coletazos y que, pese a las altas tasas de vacunación que hay en nuestro país, aún nos tiene en vilo.
Aunque es momento de reunirnos, más de una persona realmente “solo” necesitaría a alguien en concreto. Alguien que quizá falleció durante esta maldita pandemia. Unos fallecimientos que no permitieron elaborar los ritos asociados a la muerte de alguien (sin despedidas, sin “verle” por última vez, sin estar junto a el o ella durante los últimos momentos, a veces sin poder tener a la familia al lado por restricciones, sin funeral acompañado ni entierro…). Unas muertes, unas emociones y unos pensamientos al respecto difíciles de gestionar y que fácilmente pueden “enquistarse” y reaparecer más tarde en forma de diferentes problemáticas psicológicas.
Los fallecimientos no tienen por qué tener estas características (como suele decirse, no solo existe “el Covid”). Pueden ser de otro tipo, por otras circunstancias, incluso en un momento anterior a la pandemia, pero igualmente podemos sentir una profunda tristeza porque no puedan estar a la mesa con nosotr@s, como siempre estaban.
Estas fechas están cargadas de simbolismos, recuerdos, conversaciones, resúmenes del año que se termina… Y casi con total seguridad recordaremos a aquellos, aquellas, que ya no están. Quizá hablemos de cómo sería si estuviese, recordemos anécdotas…
Y esto es precisamente lo que mantiene vivo el recuerdo de alguien, y también la forma en que lo llevamos con nosotr@s: ¿Cómo hablamos sobre el o ella? ¿nos damos permiso para expresar lo que sentimos delante de nuestras personas queridas? ¿Hablamos desde la tristeza, desde la rabia, desde el enfado… o desde la nostalgia, el recuerdo lógico y sano o incluso la alegría recordando momentos divertidos? Es perfectamente normal sentir tristeza porque ya no esté físicamente, pero eso no quiere decir que no tengo su sitio dentro de nosotr@s, en esa misma mesa en la que nos sentamos.
Este es un punto muy importante en relación a la gestión que debemos hacer de nuestras emociones y pensamientos respecto a ello: ¿Nos permitimos sentir tristeza o enfado a veces pero al mismo tiempo avanzamos en una vida diferente en la que no está? ¿Nos hemos quedado congelad@s en los momentos en que aún estaba? ¿Nos podemos permitir, sin sentirnos culpables, recolocarle en un lugar donde no duela y pueda ser recordado sin angustia?
Hay una verdad universal respecto a la forma de afrontar un duelo: cuanto más duras, súbitas y traumáticas sean las circunstancias que rodean la pérdida, más complicado puede resultar posteriormente adaptarnos y poder vivir una vida diferente a la que teníamos. Es más: cuanto antes podamos darnos cuenta y llegar a aceptar que ya nada será igual, antes podremos llegar a vivir esta nueva vida, con sus cosas buenas y malas, de la forma más plena posible.
Tenemos derecho de necesitar tiempo para recuperarnos, de recordar en momentos especiales, pero también tenemos derecho a ser amables y menos duros con nosotr@s mism@s, responsabilizarnos menos por cuestiones que no están ni estuvieron en nuestra mano, volver a disfrutar y sobre todo volver a vivir.
Os deseo a tod@s de corazón una feliz navidad y un buen inicio de 2022.