He decidido hablar sobre lo que casi nadie quiere, porque nos da miedo solo pensarlo.
Porque aún a día de hoy nos cuesta mucho tratar algo que cualquiera de nosotr@s podría tener que afrontar, como víctima directa o como persona cercana.
Y lo primero que me gustaría decir es esto: para quien lo valora como posibilidad, el suicidio se ve como “la solución” extrema ante un sufrimiento que ya no somos capaces de soportar más tiempo.
Me parece una frase vital, porque encierra tanto la angustia que sufre la persona que se plantea esta opción, como algo que hace que no se vea el suicidio como algo lejano. Más bien, le da una causa y un fin a todo lo que puede pasar por su cabeza. Hace que todos los problemas puedan terminar, sin ser capaz de ver que no solo terminan los problemas; termina todo, incluidas las cosas positivas que en esos momentos no somos capaces de ver ni valorar.
Los profesionales especializados y con capacidad de gestión de este tipo de problemática debemos abordar múltiples frentes: trabajamos con las cogniciones recurrentes que surgen en ese momento, trabajamos con el pobre contacto y apoyo social que generalmente presentan este tipo de personas, trabajamos con la ausencia de metas, de objetivos vitales. Trabajamos intentando buscar motivos y razones para “encadenarnos” a la vida. También trabajamos, necesariamente, con todas las emociones que se sienten cuando ves que “no hay salida”, que “nada vale la pena”. Trabajamos activando conductualmente a esta persona que ya no tiene voluntad para seguir levantándose de su cama, o con los altibajos emocionales que se soportan y padecen al estar abajo del todo y, al momento siguiente, con una euforia casi maníaca.
Intentamos trabajar desde muchísimos frentes que nunca son iguales, ya que cada un@ somos un mundo, con demonios y formas de percibirnos y percibir el mundo que a veces ni siquiera las personas cercanas conocen.
Algo muy importante es que, en las ocasiones en que sucede una tragedia como ésta, se puede generar un sentimiento de culpabilidad en las personas cercanas que puede manifestarse con verbalizaciones o pensamientos del tipo “y si yo hubiese estado… dicho… fijado en… y si yo pudiese haber hecho…”. Una culpa sobre la que generalmente no tenemos responsabilidad, pero que en cierto modo aparece intentando dar explicaciones, causas y motivos a algo a lo que no podemos encontrarla.
Al hilo de lo anterior, hay otra cuestión vital para responsables de salud y para familiares y amig@s: en el 99% de los casos no podemos atribuirnos la responsabilidad de la decisión final de nadie. Puede haber diferentes circunstancias que puedan llevar a alguien a cometer este acto, podríamos haber quizá “intuido algo”; pero las decisiones, tanto si las tomamos bajo la influencia de un estado de angustia extrema o también decisiones “normales” dentro de nuestro día a día, son tomadas por cada un@. Y es algo difícilmente controlable o evitable por otra persona aunque podamos llegar a pensar que lo podríamos haber evitado.
Por todo esto, como personas cercanas a alguien que se siente así, lo más importante que podemos hacer es: escuchar, no juzgar, no valorar, no huir, no rechazar las pequeñas pistas que puedan estar dándonos, intentar no tener miedo de escuchar a alguien hablar sobre el malestar extremo que sufre, sobre el daño que hace no querer vivir.
No proyectemos nuestro propio miedo, dudas y opiniones; solo escuchemos y sepamos acompañar, sin necesidad de juzgar.
Porque cuando estigmatizamos cualquier tema (como el suicidio o hablar sobre el cáncer, por ejemplo), en cierto modo, estamos cronificándolo. Cuando rechazamos por nuestro propio miedo escuchar que alguien “no aguanta más esta vida”, de alguna forma rechazamos la posibilidad de prestarle un oído a esta persona. Muchas veces no es necesario decir nada (de hecho, tener la necesidad de decir algo o dar nuestra opinión es un feo vicio que hoy como sociedad cada vez está más entre nosotros y nosotras). Cuando una persona puede sentir que tiene confianza para contar algo tan duro como esto, tiene varios alivios: sentir que la carga interna pueda bajar por sentirse escuchada, darle forma a pensamientos y emociones en forma de palabras, y contar con que quizá tiene a alguien cerca que no rechace escuchar, por lo que vale la pena seguir luchando.
Incluso, hasta que nosotros mismos podamos volver a querernos, valorarnos y querer cuidarnos como nadie más puede.
Es cierto que hoy por hoy parece que estamos más lejos emocionalmente de las personas que tenemos al lado. Nos enseñan y venden constantemente la idea de que tenemos que estar siempre felices y animados. Quizá, inconscientemente, rechacemos la posibilidad siquiera de no estar siempre bien. Pero a veces los problemas pueden convertirse en una carga que percibimos que no podemos llevar durante más tiempo, y también a veces nos cansamos de seguir peleando para poder seguir caminando. En estos momentos es cuando más podemos necesitar un oído cercano, o un profesional que pueda ayudarnos sin emitir juicios.
Es importante volver a tener esperanza en que puedan existir soluciones o cambios, pero lo es incluso más que percibamos que no estamos solos, sobre todo en los peores momentos. Que quizá sin saberlo existen personas que pueden preocuparse, que puede que haya cosas que si sepamos hacer (o volver a hacer), que quizá alguien puede llegar a querernos otra vez.