Las residencias para personas mayores son un lugar en el cual personas de edad avanzada que ya no pueden valerse por sí mismas, que están enfermas o solas, eligen como vivienda para poder recibir la atención y los cuidados que de otra forma sería complicado que pudiesen recibir. Sirven también de soporte social, ya que conviven con otras personas con edad y condiciones similares a las suyas.
Hasta aquí todo bien. En teoría, son lugares de cuidado, seguridad y bienestar en el que poder estar tranquil@, activ@ y en las mejores condiciones posibles durante la última etapa de la vida.
¿De verdad es este el modelo residencial imperante?
Ya se sabía anteriormente, pero la crisis provocada por la pandemia lo ha puesto otra vez de manifiesto: las residencias, más allá de lo que deberían ser, en muchas ocasiones no son otra cosa que un negocio más regido por la misma ley de mercado que cualquier otro.
¿Es esto lo que nuestr@s mayores merecen?
Creemos que una residencia de ancianos no puede estar basada en un modelo de negocio estandarizado, como si hablásemos de cualquier otro producto o servicio. Aquí la reinversión económica para mejorar y mantener la calidad de los servicios y los recursos necesario, tanto material como humano, debería ser el principal criterio a seguir.
Un empresario o empresaria, obviamente, tiene un negocio para poder lucrarse y obtener beneficio. No es esto discutible. Pero, ¿hasta dónde llega el límite de la ética y del porcentaje de beneficio que podamos considerar “apropiado” en este tipo de negocios, sin menoscabo de la atención recibida por sus usuari@s?
Existen grupos residenciales que están más interesados en poder adquirir cuantas más residencias, mejor, para así poder obtener más beneficios, importando poco el tipo de calidad asistencial que brindan a sus usuari@s. Hay ocasiones (muchas más de las que pensamos) en que se recorta en material básico e imprescindible, en personal o en alimentación con el objetivo de maximizar beneficios. Beneficios que irán a parar a la dirección, grupo empresarial o patronato que gestione el lugar.
Por ejemplo: si recorto en la compra de pañales higiénicos, material médico, ropa de cama y aseo, recorto en auxiliares de enfermería y personal de limpieza, material terapéutico y calidad y variedad de comidas… se produce el milagro económico a final de mes. Una cuenta bancaria visiblemente incrementada, o quizá otra residencia donde volver a replicar este modelo de negocio y seguir "inflando la rueda".
Además de esto, debido a la falta de material y personal, el equipo de trabajo verdaderamente llega a estar exhausto y no pueden, lógicamente, desarrollar su trabajo de una manera ni siquiera minimamente digna ni profesional. Esto, lógicamente, repercutirá en su calidad de vida y en la asistencia y cuidados que brinden a las personas que están (hay que recordarlo) pasando los últimos momentos de una vida muy larga y muy trabajada. “La generación de la guerra y la postguerra”. Con toda la experiencia, momentos y vivencias que han tenido. Y creo que nadie merece pasarlo mal, mucho menos cuando mejor deberíamos poder estar.
Podríamos pensar que esto solo sucede en residencias de ámbito exclusivamente privado, y nada más lejos de la realidad. En la gran mayoría las residencias se cuenta con conciertos y convenios con administraciones públicas que sufragan los costes de manera parcial, estando obligadas de esta forma (más si cabe) a tener determinados criterios de calidad, trabajo y prestación de servicios, que en muchas ocasiones no se cumplen.
Sin embargo, como suele pasar, no siempre es así. En muchas ocasiones encontramos asociaciones, empresari@s o fundaciones que verdaderamente reinvierten los beneficios en mejorar la atención y mantener unos estándares apropiados de ratio de trabajadores, calidad asistencial y de material y, en definitiva, mejoras en el servicio que le dan a l@s usuari@s. Este tipo de gestión deberían ser la norma general, y no, por desgracia, la excepción.
No podemos, ni debemos permitir, que las personas mayores, a quien mejor deberíamos tratar por su estado, sus años pasados, su experiencia y su valía personal, vivan sus últimos momentos de esta forma. Esto es algo que involucra a toda la sociedad, sea del color que sea y piense de la forma que piense. Y a día de hoy el problema, por desgracia, a no ser que de verdad se regule y se pongan medios por parte de las personas, entidades y organismos responsables, no parece que vaya a paliarse.