A veces suceden cosas en la vida, las queramos o no, que hacen que tengamos que replantearnos la esencia misma de nuestro día a día. Por eso querría hablar del duelo.
El duelo es una reacción normal que tenemos cuando sufrimos algún tipo de pérdida. No solo hablamos de un fallecimiento, también podemos atravesar un duelo cuando tenemos otro tipo de pérdida física, emocional o simbólica: la pérdida de una relación, un trabajo, una determinada posición socioeconómica, salud o funciones corporales...
Una reacción de duelo pasa por diferentes etapas. Éstas no tienen porqué darse de la misma forma, en el mismo orden, en un determinado tiempo o con la misma intensidad en cada persona. Es cierto que, en general, tenemos que valorar, aceptar y asumir esta pérdida, y por otra parte debemos, poco a poco, continuar con nuestro día a día e integrar dicha pérdida.
Al principio se trata de poder “dolernos”. El dolor se manifiesta de diferentes maneras a nivel emocional, cognitivo, físico y conductual. Hay veces que estaremos tristes, otras enfadad@s, quizá podamos sentir culpa o rabia, o no sentir nada en absoluto. Podemos tener pensamientos repetitivos respecto al acontecimiento, o estar más ausentes. Podemos tener poco apetito, dificultades para dormir, incluso miedo a quedarnos sol@s. Y todas las reacciones, en principio, pueden ser normales, ya que estamos atravesando un proceso en el que algo ligado a nosotr@s ya no está. Puede ser largo y dificil, más en los momentos inmediatamente posteriores.
Además, cuanto más repentina, imprevisible, violenta o atribuible sea dicha pérdida, más problemas podremos encontrar, y estos serán más intensos y duraderos. Sin ir más lejos en estos meses, este periodo que nos ha tocado vivir, estamos asistiendo a fallecimientos en los que incluso no podemos ni “despedirnos”, tampoco poder tener cerca personas importantes. Nos rodea un momento de incertidumbre sobre los acontecimientos que agrava aún más lo doloroso del momento.
Sin embargo, con el transcurso del tiempo y poco a poco, podremos ir recuperando nuestras rutinas o integrar otras en nuestro día a día, aunque quizá ya no vaya a volver a ser el mismo. A veces la pérdida puede ser de tanta importancia, o en un momento o circunstancia tan complejos, que modifica por completo nuestras actitudes, valores, creencias, pensamientos, hábitos e incluso la forma de relacionarnos con nuestro alrededor.
Tendremos momentos “malos”: aniversarios, fiestas especiales, acontecimientos similares a los que ocasionaron la pérdida... Esto, obviamente, entra dentro de la normalidad, porque tenemos derecho a sentir pena o tristeza ante el recuerdo. No dejan de ser emociones, y todas las emociones son útiles y nos “comunican” cómo estamos.
Cuando quizá debamos prestar más atención es cuando notamos que “seguimos con la misma tristeza”, que durante mucho tiempo “no tenemos ganas de nada”, nos descuidarnos a nivel personal, nos negamos la posibilidad de sentir alegría (incluso sentirnos culpables por ver algo de forma positiva), tener pensamientos repetitivos a lo largo de los días (rumiar), evitar situaciones o personas que nos recuerden la pérdida…
Cuando asistimos a este tipo de manifestaciones por periodos prolongados debemos comenzar a plantearnos la posibilidad de buscar ayuda profesional que pueda ayudarnos y apoyarnos en darle un nuevo significado a la vida. Poder colocar esa pérdida en nuestro ser y, aunque ya nada sea igual, permitirnos que pueda ser diferente y poder seguir viviendo.