La Terapia Ocupacional se encarga de fomentar o recuperar la autonomía e independencia en nuestra actividad diaria, ya sea en situaciones en que existan problemas desde edades tempranas (como sucede con niñ@s que presentan rasgos dentro del espectro autista o daño cerebral perinatal, entre otras causas), o cuando ya siendo adultos o ancianos existen dificultades que pueden hacer que nuestra necesidad de ayuda aumente (como casos de enfermedades neurodegenerativas en ancian@s, íctus o accidente en que queden secuelas de diferente tipo).
Dentro de las actividades cotidianas que normalmente tod@s hacemos, l@s terapeutas ocupacionales las dividimos en 2 tipos diferentes: Actividades Básicas de la Vida Diaria (ABVD) y Actividades Instrumentales de la Vida Diaria (AIVD).
Las ABVD se definen precisamente por ser actividades directamente relacionadas con el autocuidado y los aspectos más esenciales para la salud y el bienestar una persona. Estas actividades son la capacidad de alimentarse, el baño y aseo, el vestido y desvestido, el control de esfínteres (y capacidad de ir al baño) o la apropiada deambulación y movilidad.
Por otra parte, las AIVD se relacionan con cuestiones que nos permiten interaccionar con la comunidad y con nuestro entorno y que también apoyan en cierto modo a las anteriores, ya que son complementarias unas de otras. En este caso nos referimos a actividades como la realización de la comida, el correcto manejo de la medicación, ser capaz de realizar la limpieza del hogar, el manejo del lavado de ropa, desenvolverse dentro del contexto (bien de forma autónoma o con transporte público), el manejo de dinero (incluyendo gestiones bancarias) o el uso del teléfono.
Como vemos, aunque todas están relacionadas con poder mantener la propia independencia en nuestro quehacer cotidiano, son diferentes entre ellas. También en la “dificultad” que puede presentar realizar unas u otras. Por ello, los aspectos involucrados tanto a nivel físico como cognitivo relacionados con cada una de ellas varían en función de la complejidad. Por ejemplo, lo necesario a nivel mental/psicológico para poder mantener la capacidad de gestionar nuestra propia economía difiere mucho en lo que necesitamos para mantener el propio aseo personal. Incluso dentro de la misma actividad, como el vestido, existen diferencias entre la “simple” actividad del vestido y desvestido (en cuanto a poder ponerse o quitarse algo), y ser capaz de escoger la ropa adecuada en función de las necesidades climáticas o saber cómo deben combinar.
Además existe una gran diferencia en cuanto a la problemática concreta y el aspecto físico o cognitivo involucrado. Como ejemplos, una persona que sufra una enfermedad como la Esclerosis Múltiple sufrirá dificultades importantes en el campo físico aunque a nivel cognitivo entienda y comprenda perfectamente cómo podría tener que hacer la comida o vestirse. O un ejemplo contrario, en el que una persona con algún tipo de demencia físicamente pueda considerarse en buena forma, tendrá problemas muy severos para diferenciar lo necesario a la hora de poder cocinar o poder tener claros los pasos necesarios en el desarrollo de la actividad. Incluso, en estadíos avanzados, ser capaz de discriminar los cubiertos o saber dónde ponerse cada prenda.
No podemos olvidar la importancia tanto del contexto en que vivimos como el círculo de apoyo del que se disponga. No son los mismos requerimientos los necesarios en un pequeño pueblo que en una gran ciudad para poder desempeñar el día a día. Por otra parte, si existen personas cercanas que puedan preocuparse por nosotr@s y sean un apoyo en la realización de actividades más problemáticas como realizar la compra o preparar el ya usual “pastillero”, supondrá que esta persona pueda seguir manteniendo el máximo nivel de autonomía posible y, además, percibirá que es importante para personas de su entorno que se preocupen por ella.