Ésta es la primera ocasión que tengo de poder colaborar con la publicación de “Agenda”.
La temática sería diferente, quizá la forma de dirigirme al público. Sin embargo, estamos enfrentando una pandemia mundial. Una situación que nos hace estar confinados y confinadas, que nos ha hecho tener que paralizar el país, el mundo. Un hecho que tambalea nuestro sistema, valores y creencias, y sobre todo la vida, la estabilidad y el futuro.
Desde la psicología sanitaria y de emergencias, me hubiese gustado explicar el proceso de duelo que muchas personas tienen que afrontar estos días, o quizá los problemas psicológicos que podemos sufrir. Sin embargo, tratando de ser didáctico y útil, querría intentar explicar tres factores que están en nuestro día a día y que ahora son determinantes: nuestra percepción de control de la situación, cómo toleramos la frustración ante la duda e incertidumbre, y cómo se relaciona nuestro pensamiento, nuestras emociones y nuestra conducta.
La percepción de control se refiere a la sensación que tenemos de poder controlar una situación. Éste control hace que nos veamos como competentes (o no) cuando intervenimos sobre algo; es decir, percibimos que nuestra intervención puede modificar un hecho o una situación según lo que queramos o necesitemos, aportándonos sensación de competencia personal.
En la situación actual nuestra percepción de control se ve gravemente amenazada, dañando nuestro bienestar psicológico y personal. Por ello, si tratamos de tener situaciones controlables, la sensación de no poder influir en la amenaza ni tener ningún control sobre ella puede apaciguarse. Crear hábitos, rutinas, estructurar el día a día, hacer actividades sobre las que podamos ejercer control, puede hacer reducir el estrés psicológico ante el hecho de que nuestra vida en este momento gire en torno a algo que vemos como incontrolable.
Por otra parte, vivimos una época en que estamos acostumbrados a tener respuesta para todo, no aburrirnos o no esperar para conseguir algo. Esto choca con situaciones que no conocemos, de las que no sabemos su resultado, o momentos en que no obtenemos inmediatamente lo que queremos. Entramos aquí en la incertidumbre, la duda y la espera para conseguir algo. Esto puede llevar a tener sentimientos de frustración, estando acostumbrados a un día a día en el que no tenemos que esperar para conseguir resultados (acceso instantáneo a información, sistema de mensajería de respuesta inmediata, adquisición de productos o necesidades cubiertas de forma casi inmediata…).
La certeza de conocer algo, de saber qué va a pasar, de no tener que esperar para saber o conseguir algo, choca frontalmente con una situación que cambia cada día, casi a cada hora. Y esto produce sentimientos de indefensión, incluso miedo, a lo que sumamos la desinformación y la sobreexposición a noticias (reales o no). Ante esto, necesitamos ser flexibles y poder adaptarnos a diferentes situaciones. Necesitamos no prejuzgar, entender que no podemos saberlo todo o tener resultados inmediatos de lo que hacemos, y tolerar la frustración que ello genera. También tenemos que normalizar que esto sea así, porque es imposible tener seguridad del resultado de todo lo que (nos) ocurra. Y algo muy importante: debemos ser conscientes de que no podemos conseguir todo lo que necesitemos al segundo, y no frustrarnos por ello.
Por último, trataré de explicar la relación entre lo que sucede a nuestro alrededor y cómo pensamos, qué sentimos y qué hacemos después (pensamientos, emociones y conducta).
En nuestro día a día continuamente suceden cosas, tanto a nuestro alrededor como “dentro de nosotros” (por ejemplo nauseas, hormigueos o pensamientos repetitivos), y cada uno de nosotros y nosotras lo interpreta de forma diferente en función de que nos hayan pasado antes y cómo hayamos reaccionado, o de la opinión que tengamos sobre lo que sucede. La forma de interpretarlo hace que nuestro pensamiento sobre ello sea diferente entre una persona y otra. También las emociones y sentimientos que surjan son diferentes en cada persona, mostrando quizá aceptación, rabia, indignación o resignación. Todo esto, recordemos, frente a una misma situación que cada cual interpreta de manera diferente. A consecuencia de todo esto, los actos que hagamos serán obviamente diferentes.
Un breve ejemplo es una pareja de enamorados dándose un beso. La visión de una persona también enamorada o de una persona que acaba de tener una ruptura serán completamente diferentes, y por supuesto los pensamientos y sentimientos que tengan.
Conocer cómo se forman nuestros pensamientos y emociones y como así se crea y modifica nuestra conducta, y como estas experiencias aisladas forman nuestro modo de pensar y actuar en general, puede darnos pistas sobre cómo podemos intentar “repensar” lo que nos sucede. Consiste en tratar de reflexionar otra vez a pesar de que “salte el automático”, ya que somos lo que pensamos y sentimos, y esto puede modificarse.
Resumiendo: la interpretación que hacemos de lo que nos pasa explica nuestra forma de comportarnos, de pensar y de sentir sobre ello.
Hay un último apunte que querría dar, y lo haré en mayúscula: ES NORMAL NO ESTAR BIEN, LO RARO SERÍA ESTAR COMO SI NADA. Es normal, y tenemos que tratar de aceptarlo como parte de la situación.
Algunos consejos pueden ser estos: ser conscientes de nuestros sentimientos, buenos y malos, y aceptarlos como parte de nosotros. Asumir que son temporales (decir “ahora me siento triste” le da un principio y un final a ese sentimiento). Hablar de ellos y ponerles nombre. Tratar de contextualizarlo en el momento que vivimos, temporalizarlos (entender que es algo temporal), y estar en contacto con las personas que queremos.
También debemos intentar extraer cosas positivas del día a día, hacer actividades que nos resulten placenteras, buscar distracciones y entretenimientos. Porque más que nunca son las pequeñas cosas agradables las que hacen más llevaderas una situación desagradable, incierta y de cierta forma bastante incontrolable.
Son pinceladas y no hay fórmulas mágicas. Las circunstancias son quizá las más duras que la mayoría hemos sufrido, pero esto no es impedimento para fomentar la resiliencia, el coraje y la solidaridad.
Mucho ánimo y ojalá os sirvan mis palabras.